viernes, 29 de febrero de 2008

Roog-Philip K. Dick

Roog- Philip K. Dick

_¡Roog! _dijo el perro.

Apoyó las patas en el borde de la cerca y miró en torno suyo.

El Roog irrumpió corriendo en el patio.

Despuntaba la mañana y el sol aún no había salido. El aire era gris y frío, y las paredes de la casa estaban cubiertas de una película de humedad. Sin dejar de mirar, el perro entreabrió las fauces y clavó las garras negras en la madera de la cerca.

El Roog se detuvo junto a la puerta abierta del patio. Era pequeño, delgado y blanco, y las patas apenas parecían sostenerlo. El Roog parpadeó, y el perro le enseñó los dientes.

—¡Roog! —repitió.

El eco repitió el sonido en la silenciosa penumbra matinal. Todo estaba callado y apacible. El perro se puso a cuatro patas y atravesó el patio en dirección a la escalera del porche. Se sentó en el primer peldaño y, miró al Roog. Éste le devolvió la mirada. Luego alargó el cuello hacia la ventana de la casa y la husmeó.

El perro cruzó el patio a la carrera. Golpeó la cerca y el portón tembló y crujió bajo la fuerza del impacto. El Roog se alejó a toda prisa por el sendero con un trotecillo ridículo. El perro se echó junto a los maderos de la cerca, con la respiración agitada y la lengua roja colgando fuera de la boca. Siguió contemplando al Roog mientras se alejaba.

El perro yació en silencio. Sus ojos negros brillaban. Amanecía. El cielo empezó a clarear. El aire de la mañana transportó los sonidos de la gente que despertaba. Las luces se encendieron detrás de los visillos. Una ventana se abrió al frío de la mañana.

El perro continuó inmóvil. Vigilaba el sendero.

La señora Cardossi vertió agua en la cafetera. Una nube de vapor la cegó por un instante. Dejó el pote en el borde de la cocina y entró en la alacena. Cuando salió, Alf estaba en la puerta poniéndose las gafas.

—¿Tienes el periódico? —preguntó.

—Está fuera.

Alf Cardossi atravesó la cocina. Corrió el pestillo de la puerta trasera y salió al porche. Contempló la mañana húmeda y gris. Boris estaba echado junto a la cerca, negro y peludo, con la lengua fuera.

—Mete la lengua dentro —dijo Alf. El perro levantó la vista al momento. Golpeó la tierra con la cola—. La lengua. Mete la lengua dentro.

El perro y el hombre intercambiaron una mirada. El perro gimoteó. Tenía los ojos brillantes y enfebrecidos.

—¡Roog! —dijo suavemente.

—¿Qué? —Alf miró a su alrededor—. ¿Viene alguien? ¿El chico de los periódicos?

El perro le miró con la boca abierta.

—Hace unos días que te veo alterado —dijo Alf—. Deberías tranquilizarte. Ya somos demasiado viejos para estas excitaciones.

Entró en la casa.

Salió el sol. La calle se llenó de luz y color. El cartero hacía su ruta habitual, cargado de cartas y revistas. Los niños correteaban, riendo y charlando.

A eso de las once, la señora Cardossi barrió el porche delantero. Hizo una pausa y aspiró una bocanada de aire.

—Hoy huele bien —comentó—. Hará buen tiempo.

Cuando el sol de mediodía comenzó a castigar la tierra, el perro negro se estiró bajo el porche. Su pecho se movía al compás de la respiración. Los pájaros jugueteaban en el cerezo, graznando y parloteando entre sí. Boris levantaba la cabeza de vez en cuando y los miraba. Al cabo de un rato se levantó y trotó hacia el árbol.

Entonces fue cuando reparó en los dos Roogs sentados en la cerca. Tenían los ojos clavados en él.

—Es grande —dijo el primer Roog—, más que la mayoría de los Guardianes.

El otro Roog asintió con un balanceo de la cabeza. Boris, muy quieto, los vigilaba, con el cuerpo rígido. Los Roogs permanecían en silencio mientras contemplaban al enorme perro con la golilla de pelo blanco hirsuto que adornaba su cuello.

—¿Cómo está la urna de las ofrendas? —preguntó el primer Roog—. ¿Está casi llena?

—Sí —confirmó el otro—. Casi a punto.

—¡Eh, tú! —gritó el primer Roog—. ¿Me oyes? Esta vez hemos decidido aceptar las ofrendas. Recuerda que debes dejarnos entrar. No queremos más tonterías.

—No lo olvides —añadió el otro—. No durará mucho.

Boris no dijo nada.

Los dos Roogs saltaron de la cerca y fueron hasta el sendero. Uno de ellos sacó un mapa y ambos lo consultaron.

—Esta zona no es la más adecuada para un primer ensayo —dijo el primer Roog—. Demasiados Guardianes... En cambio, la zona norte...

—Ellos ya han decidido —dijo su compañero—. Hay tantos factores...

—Por supuesto.

Echaron una mirada a Boris y se apartaron un poco más de la cerca, El perro no pudo escuchar el resto de la conversación.

Después los Roogs guardaron el mapa y se alejaron por el sendero.

Boris se acercó a la cerca y olfateó los maderos. Cuando descubrió el olor enfermizo y hediondo de los Roogs se le erizó el pelo de la espina dorsal.

Cuando Alf Cardossi llegó a casa por la noche, el perro montaba guardia junto al portón, escudriñando el sendero. Alf entró en el patio.

—¿Cómo estás? —preguntó, palmeando el costillar del perro—. ¿Continúas preocupado? Últimamente estás muy nervioso. No eras así antes.

Boris gimoteó y miró a su amo con insistencia.

—Eres un buen perro. Boris. Demasiado grande, sin embargo. Seguro que ya no te acuerdas de cuando eras un cachorrillo.

Boris se restregó contra la pierna del hombre.

—Eres un buen perro —volvió a repetir Alf—. Me gustaría saber qué te preocupa.

Entró en la casa. La señora Cardossi estaba preparando la mesa para cenar. Alf fue a la sala de estar y se quitó el sombrero y la chaqueta. Dejó la fiambrera sobre la mesa y volvió a la cocina.

—¿Qué sucede? —preguntó la señora Cardossi.

—El perro debería dejar de ladrar y hacer ruidos. Los vecinos volverán a quejarse a la policía.

—Ojalá no tengamos que regalárselo a tu hermano —dijo la señora Cardossi con los brazos cruzados—. A veces parece que se haya vuelto loco, en especial los viernes por la mañana, cuando vienen los basureros.

—Quizá se le pase pronto —repuso Alf. Encendió su pipa y fumó con solemnidad—. Antes no era así. Espero que recobre la tranquilidad.

—Ya veremos —dijo la señora Cardossi.

El sol salió, frío y ominoso. La niebla colgaba de los árboles y se situaba en las partes más bajas.

Era el viernes por la mañana.

El perro negro estaba tendido bajo el porche, con el oído alerta y los ojos bien abiertos. Tenía el pelaje endurecido por el rocío y al respirar desprendía nubes de vapor que se mezclaban con el escaso aire que corría. De repente, ladeó la cabeza y se enderezó de un salto.

Un débil pero penetrante sonido llegaba desde la distancia.

—¡Roog! —gritó Boris mirando alrededor.

Corrió hacia el portón, se alzó sobre las patas traseras y apoyó las delanteras en la cerca.

El sonido se repitió de nuevo, más fuerte, no tan lejano como antes. Era estridente y metálico, como si algo rodara o una gigantesca puerta se abriera.

—¡Roog! —gritó Boris.

Escudriñó ansiosamente las ventanas oscurecidas que había por encima de su cabeza. Nada se movió. Nada.

Y entonces vio que los Roogs avanzaban por la calle. Los Roogs y su camión avanzaban bamboleándose, traqueteando sobre las piedras con gran estrépito.

—¡Roog! —volvió a gritar Boris.

Sus ojos brillaban en las tinieblas. Luego se calmó. Se echó en el suelo y esperó, atento al menor sonido.

Los Roogs detuvieron el camión frente a la casa. Pudo oír cómo se abrían las puertas y bajaban a la calzada. Boris empezó a correr en círculos. Gimió y apuntó con el hocico hacia la casa.

El señor Cardossi se incorporó un poco en la tibia oscuridad del dormitorio y echó un vistazo al reloj.

—Maldito perro —murmuró—. Maldito perro.

Hundió el rostro en la almohada y cerró los ojos.

Los Roogs bajaban por el sendero. El primer Roog empujó la puerta hasta que cedió. Los Roogs entraron en el patio. El perro retrocedió.

—¡Roog! ¡Roog! —gritó.

El horrible y acre olor de los Roogs le hizo salir huyendo.

—La urna de las ofrendas —dijo el primer Roog—. Creo que está llena. —Sonrió al aterrorizado perro—. Muy amable de tu parte.

Los Roogs se acercaron al cubo de metal; uno de ellos quitó la tapa.

—¡Roog! ¡Roog! —gritaba Boris, acurrucado junto al primer escalón del porche.

Temblaba de miedo. Los Roogs levantaron el cubo y lo pusieron de costado. El contenido se desparramó sobre el suelo y los Roogs destrozaron las bolsas de papel. Eligieron las mondaduras de naranja, los trozos de pan tostado y las cáscaras de los huevos.

Uno de los Roogs se metió una cáscara de huevo en la boca y la destrozó con un crujido.

—¡Roog! —gritó Boris casi para sí, perdida toda esperanza.

Los Roogs casi habían terminado de recoger las ofrendas. Hicieron una pausa y miraron a Boris.

Entonces, lenta y silenciosamente, alzaron la vista hacia la casa y examinaron las paredes, el estuco y la ventana con el visillo de color pardo todavía corrido.

—¡ROOG! —chilló Boris, y avanzó hacia los intrusos con ágiles movimientos, enfurecido y asustado al mismo tiempo.

Los Roogs se apartaron de la ventana a regañadientes. Salieron por el portón y lo cerraron.

—Miradlo —dijo el último Roog con desprecio mientras levantaba el extremo de la manta hasta la altura del hombro.

Boris cargó contra la cerca, con las fauces abiertas y dispuestas a triturar. El Roog más grande agitó los brazos frenéticamente y Boris retrocedió. Se estiró al pie de la escalera del porche, con la boca aún abierta. Dejó escapar un terrible gemido de desdicha, un aullido que expresaba toda su tristeza y desesperación.

—Vámonos —dijo uno de los Roogs al que permanecía junto a la cerca.

Caminaron por el sendero.

—Bueno, excepto estos lugarejos custodiados por los Guardianes, la zona ha quedado despejada —dijo el Roog más grande—. Me alegraré cuando hayamos acabado con este Guardián en particular. Nos causa muchos problemas.

—No te impacientes —sonrió otro Roog—. Tenemos el camión repleto. Dejemos algo para la semana que viene.

Todos los Roogs rieron. Ascendieron el sendero transportando las ofrendas en la manta sucia que se hundía por el centro.

miércoles, 27 de febrero de 2008

Big wheel-Tori Amos

Big Wheel / Rueda de la Fortuna-Tori Amos

Traducción de Gael Olliver-Méjico-

Anduve del otro lado.Me relamí los labios y ahora los tengo secos
Entonces me llamas para que venga
Piensas que soy de tu propiedad.
Te estás metiendo con una sureña
Pero mi receta está en marcha
Y con tu aliento rancio, está que arde
Pero, nene, no necesito tu dinero
así que quizá deje, nene, que

tu rueda de la fortuna gire mi fantasía
No me eches tu sombra
Me he estado bebiedo tu dolor
voy a convertir ese whiskey en lluvia
y borrarlo
borrarlo
borrarte, chico.
¡Vámos!

He andado de rodillas
Pero te pones tan duro
tan duro de complacer
¿Me tomaste, me tomaste el pelo?
Conque eres una súper estrella
bájate de la cruz que necesitamos la madera
De alguna manera te vas a levantar
pero sin herramienta.
Cariño, sé que eres de lo mejor
Pero, nene, no necesito tu dinero
Mami ya lo tiene todo bajo control

Rueda de la fortuna gira mi fantasía
No me eches tu sombra
He estado bebiendo tu dolor
Voy a convertir ese whiskey en lluvia y
borrarlo
borrarlo, chico
borrarte, ahora

dame 8, dame 7, dame 6
dame 5, dame 4, dame 3

I. I. I am a M-I-L-F / Soy, soy soy una mamacita

[Siglas en inglés de " Mother I'd like to Fuck", en español "Madre que me gustaría cogerme", con esto se hace referencia a una mujer madura sensual]

no se te olvide
M-I-L-F mamacita, no se te olvide
M-I-L-F mamacita, no se te olvide

nene, no necesito tu dinero
así que quizá deje que tu

rueda de la fortuna le de vuelta a mi fantasía
no me eches tu sombra
he estado bebiendo tu dolor.
voy a convertir tu whiskey en lluvia, cariño
voy a convertir tu whiskey en lluvia, muchacho y
borrarlo.
Borrarte, muchacho,
acabar contigo.
Rueda de la fortuna.



domingo, 24 de febrero de 2008

Se vence el plazo para el concurso de Sinergia

Quedan pocos días para que se venza el plazo de recepción de cuentos de Sinergia y me parece que voy a quedar afuera si no me pongo las pilas.No hay forma de que me alcance el tiempo para redondear el relato con el que pienso/pensaba? participar.

Si te pasa lo mismo,apuráte,no seas un gil como yo.No saques a pasear al perro,no lavés el auto esta semana,ni se te ocurra ponerte a hacer un asado;mirar televisión ¿Para qué?,a los chicos que los lleve a pasear tu mujer,que para eso está.Si llega alguien a cobrarte algo,aprovechá y decile:-Podés pasar el mes que viene que tengo que resolver un asunto muy delicado del que puede depender mi futuro?.

Personalmente,voy a terminar lo mejor que pueda mi relato,así que aprovechen la oportunidad que les brindo al auto-dejarme prácticamente descartado en un concurso que de haber contado con el suficiente tiempo para desarrollar mi cuento,hubiera sido el casi seguro ganador.

Ahora tienen chances.No dejen pasar la oportunidad.

sábado, 23 de febrero de 2008

Little wing-Stevie Ray Vaughan

Simplemente,uno de mis videos favoritos.



Money -Pink Floyd

Money-Pink Floyd

Dinero,lárgate.

Consigue un empleo con más paga y estarás bien.

El dinero es un gas.

Agarra ese dinero con ambas manos y haz una fortuna,

coche nuevo, caviar, ensueños de cuatro estrellas,

creo que me voy a comprar un equipo de fútbol.

Dinero, vuelve.

Estoy bien, marinero, quita tus manos de mi fortuna.

El dinero es un acierto,

no me des gato por liebre.

Soy de los que viajan en alta fidelidad de primera clase

Y creo que necesito un jet privado.

El dinero es un crimen;

compartelo equitativamente pero no agarres ni un trocito de mi pastel.

El dinero, según dicen,

es la raíz de todos los males de hoy en día.

Pero si pides un aumento no es ninguna sorpresa

que no te concedan nada



jueves, 21 de febrero de 2008

La mente Alien-Philip K.DICK

LA MENTE ALIEN-Philip K.Dick

Inerte en las profundidades de su cámara theta, oyó el tono débil y después la sensivoz.

—Cinco minutos.

—De acuerdo —dijo, y se esforzó por salir de su sueño profundo. Tenía cinco minutos para ajustar el curso de la nave; algo había funcionado mal en el sistema de autocontrol. ¿Un error de su parte? No era probable; nunca cometía errores. ¿Jason Bedford cometer errores? Jamás.

Mientras se dirigía tambaleante hacia el módulo de control, vio que Norman, a quien habían enviado para divertirlo, también estaba despierto. El gato flotaba lentamente en círculos, dándole golpecitos con las patas a una lapicera que alguien había dejado suelta. Extraño, pensó Bedford.

—Creía que estarías inconsciente conmigo.

Revisó las lecturas del curso de la nave. ¡Imposible! Un quinto de pársec apartada de la dirección de Sirio. Agregaría una semana a su viaje. Con hosca precisión reacomodó los controles, después envío una señal de alerta a Meknos III, su destino.

—¿Problemas? —contestó el operador meknosiano. La voz era seca y fría, el monótono sonido calculador de algo que a Bedford siempre lo hacía pensar en serpientes.

Explicó su situación.

—Necesitamos la vacuna —dijo el meknosiano—. Trate de mantener su curso.

Norman, el gato, flotó majestuosamente junto al módulo de control, tendió una zarpa, y manoteó al azar; dos botones activados soltaron tenues bips y la nave cambió de curso.

—Así que tú lo hiciste —dijo Bedford—. Me humillaste ante la mirada de un alienígena. Me redujiste a la imbecilidad de cara a la mente alien.

Atrapó el gato. Y apretó.

—¿Qué fue ese sonido extraño? —preguntó el operador meknosiano—. Una especie de lamento.

Bedford dijo sereno:

—No queda nada por lamentar. Olvide que lo oyó.

Cortó la radio, llevó el cuerpo del gato al orificio para la basura, y lo eyectó.

Un instante después había regresado a la cámara theta y, una vez más, se adormeció. Esta vez no habría quien se metiera con los controles. Durmió en paz.

Cuando la nave amarró en Meknos III, el jefe del equipo médico alien lo recibió con un pedido curioso.

—Nos gustaría ver su mascota.

—No tengo mascota —dijo Bedford. Lo cual, por cierto, era verdad.

—Según la planilla que nos enviaron por adelantado...

—Realmente no es asunto suyo —dijo Bedford—. Ya tienen la vacuna; despegaré enseguida.

—La seguridad de cualquier forma de vida es asunto nuestro —dijo el meknosiano—. Revisaremos su nave.

—En busca de un gato que no existe —dijo Bedford.

La búsqueda resultó inútil. Con impaciencia, Bedford miró cómo las criaturas alienígenas escrutaban cada depósito de almacenamiento y cada pasillo de su nave. Por desgracia, los meknosianos encontraron diez bolsas de comida para gatos deshidratada. En su propio idioma, se desarrolló una prolongada discusión.

—¿Ahora tengo permiso para regresar a la Tierra? —preguntó Bedford con aspereza—. Tengo un horario ajustado.

Lo que los extraterrestres estaban pensando y diciendo no le importaba; sólo deseaba regresar a la silenciosa cámara theta y al sueño profundo.

—Tendrá que pasar por el procedimiento de descontaminación A —dijo el jefe médico meknosiano—. Para que ninguna espora o virus...

—Me doy cuenta —dijo Bedford—. Que lo hagan.

Más tarde, cuando la descontaminación quedó completa y estuvo de regreso en la nave para activar el arranque, la radio sonó. Era uno u otro de los meknosianos; para Bedford todos se veían iguales.

—¿Cómo se llamaba el gato? —preguntó el meknosiano.

—Norman —dijo Bedford, y apretó el botón de arranque. La nave se disparó hacia arriba y él sonrió.

No sonrió, sin embargo, cuando descubrió que faltaba el suministrador de energía para su cámara theta. Tampoco sonrió cuando tampoco pudo localizar la unidad de repuesto. ¿Se había olvidado de traerla?, se preguntó. No, decidió; no haría algo así. La sacaron ellos.

Dos años hasta llegar a la Tierra. Dos años de conciencia plena por su parte, privado del sueño theta; dos años de sentarse o flotar o —como había visto en los holofilms de entrenamiento para estado físico militar— enroscado en un rincón, totalmente psicótico.

Lanzó un pedido radial para regresar a Meknos III. Ninguna respuesta. Bueno, lo mismo daba.

Sentado en el módulo de control, encendió de un golpe la pequeña computadora interna y dijo:

—Mi cámara theta no funcionará; la sabotearon. ¿Qué me sugieres hacer durante dos años?

HAY CINTAS DE ENTRETENIMIENTO DE EMERGENCIA.

—Correcto —dijo—. Tendría que haberlo recordado. Gracias.

Apretó el botón indicado para que la puerta del compartimiento de cintas se abriera deslizándose.

Ninguna cinta. Sólo un juguete para gatos, una bolsita en miniatura para presionar, que habían incluido para Norman; nunca había alcanzado a dárselo. Por lo demás... estantes vacíos.

La mente alien, pensó Bedford. Misteriosa y cruel.

Hizo funcionar la grabadora de audio de la nave, y dijo con calma y con la mayor convicción posible:

—Lo que haré es construir mis dos años siguientes alrededor de la rutina diaria. Primero, están las comidas. Pasaré todo el tiempo posible planificando, preparando, comiendo y disfrutando platos deliciosos. Durante el tiempo que me queda por delante, probaré toda combinación posible de víveres.

Tambaleante, se paró y se dirigió al enorme armario contenedor de comida.

Mientras se quedaba con los ojos muy abiertos ante el armario apretadamente lleno, apretadamente lleno de hilera tras hilera de envases idénticos, pensó: Por otro lado, no hay mucho que hacer con una provisión de dos años de comida para gatos. En el sentido de la variedad, ¿serán todos del mismo sabor?

Eran todos del mismo sabor.

FIN

martes, 19 de febrero de 2008

Criaturas del apogeo-Brian W. Aldiss

CRIATURAS DEL APOGEO

Brian Aldiss

Título original: Creatures of Apegee

Traducción: M.S.

Desde la distancia, el palacio de un solo piso parecía flotar en el océano como una oblea.

De los iluminados cuartos del palacio, detrás de la larga columnata, salieron saltando tres seres, él, Ella y ella. Corrieron por las losas, riendo. La noche crepitaba allá arriba en tonos de azul oscuro y almíbar. La alegría chispeaba como relámpagos uniendo dos puntos opuestos.

La música rebosaba de las habitaciones. En esa música sólo se movía la armonía misma, en cadencias perfectas, aunque llevaba en el tono una referencia indirecta a los peculiares y profundos cambios de tiempo en ese mundo. Las cosas crecían, los ojos brillaban, los cuerpos eran ágiles; pero se trataba de ese planeta funesto y no de otro en el universo.

La gran terraza, por ejemplo, pavimentada con losas donde la mica centelleaba bajo los pies: sobre su extensión la luminosidad jugaba con tantas variaciones como la música. La propia noche era una gran fuente de luz y, como un enorme caldero invertido, el cielo derramaba sus alimentos sobre el complicado edificio. Hasta el abovedado techo, detrás de las columnatas, llevaba el mar sus secretos mensajes de luz, pues los océanos, para el calor y para el día, tienen mejor memoria que el aire.

También los glaciares, y siete lunas pequeñas, contribuían con su cuota de brillo.

Y las tres criaturas que corrían riendo, él, Ella y ella, se regocijaban en la noche, a causa de cuyas propiedades vivían. Ahora habían llegado al borde de la terraza, y descansaron apoyados en la última y esbelta columna adornada con descoloridas pinturas de hechiceros y de cefalópodos. Dirigieron primero la mirada, instintivamente, hacia las susurrantes olas, como si quisieran traspasarlas y ver las criaturas que en las profundidades esperaban la estación apropiada. Sonrieron con una mueca. Levantaron la cabeza. Juntos, contemplaron el mar matutino, observando los inmensos glaciares que flotaban sobre las frías almohadas de su propio aliento. Llegaba la aurora. La aurora, sin la correspondiente palidez en el cielo.

La aurora, el imán de la vida. La atención de aquellos grandes ojos, en rostros pálidos, evanescentes, barrocos, fue atraída por un iceberg que flotaba en el este. Un iceberg que descansaba en las profundidades como un monumento al tiempo mismo.

Los acantilados fueron de un gris recordado, sombríos, pétreos... hasta el momento del alba. Entonces el hielo se encendió como una señal distante.

Como una flor que se desdobla saliendo del capullo, mostrando voluptuosos pliegues rosados, el iceberg cambió de color. El gris se volvió gris paloma. El gris paloma se volvió gris tiza y adquirió luego un tierno tinte rosado, todo promesas.

Entre el día y la noche no existía separación: auroras como esa no podrían interrumpir el abrazo. Mientras el sol subía un poco más, mientras el iceberg, olvidado por el portador de la lámpara, se volvía a hundir en la oscuridad, no fue el resplandor lo que cambió sino el sonido. La música cesó. Incómodos dentro de los trajes de raso, los músicos retornaban furtivamente a casa.

El sol no era más que un implorante punto de luz, demasiado distante de todo para poder reinar. Una perla arrojada al cielo habría despedido más brillo.

Los tres se volvieron, él, Ella y ella. Con mucha tranquilidad, tomados de la mano, caminaron por el borde de la terraza, donde las profundas aguas amoniacales del océano les lanzaban reflejos al semblante, como pensamientos fugaces.

- ¿Es más brillante? - preguntó ella refiriéndose al Sol.

- Más brillante que en nuestra niñez - respondió él.

- Más brillante aún que ayer - dijo Ella.

Ahora que la música de la noche había enmudecido, los susurros del océano y del aire se acercaban más, hablándoles del conmovedor fulcro de la existencia. Allá arriba, un ave marina voló entre los elevados arcos, saliendo momentáneamente de la nada y entrando en la órbita de la civilización antes de desaparecer de nuevo en el vacío. A sus pies, una sucesión de olas arrojaban espuma sobre la terraza, donde pronto se evaporaba hacia el espacio.

Los tres compartían un intenso amor, así que se acercaron más y caminaron como uno solo. Además de ser corta, la vida (cosa verdaderamente patética) era cíclica. Las hojas que se secaban y morían brotarían verdes de nuevo muchas generaciones más tarde.

- Estamos ahora tan lejos del apogeo - dijo él.

- El sol se acerca más y más al Tiempo de Cambio - dijo Ella.

- Nuestro mundo tiene su rumbo trazado... sin rumbo no existiría el mundo - dijo.

El silencio fue una forma de asentimiento; pero por dentro, donde las cosas tangibles se unían a las cosas intangibles, tenían una gran sensación de temor, una sensación que trascendía la alegría o la pena, al considerar los movimientos planetarios dentro de los cuales se representaba su delicado papel; Ellos eran la vida de su mundo; pero en ese mundo toda la vida era como la imagen en un espejo.

Existían dos tipos de vida, tan diferentes, tan dependientes como yin y yang... y sin embargo nunca se encontraban, y nunca se trataban, y ni siquiera podían respirar la atmósfera de la otra. Cada tipo de vida prosperaba sólo en la muerte del otro. En el

Tiempo de Cambio, los siglos de existencia cambiaban de centinelas.

- Como criatura del apogeo, temo... - dijo Ella.

A lo que ella agregó:

-...pero forzosamente amo a las criaturas del perihelio.

Y que él remató:

- Porque juntos, ellos y nosotros debemos formar el sueño y la vigilia de un mismo

Espíritu.

Se detuvieron a mirar otra vez por encima de los ondulados líquidos, como si esperaran ver a ese Espíritu antes de tomar la decisión de entrar en el palacio. Al volverse, fijaron la vista común en un ancho tramo de escaleras que bajaban de la terraza al océano. No era ese el camino que debían tomar. Otros pies, de diferente forma y propósito, usarían esas escaleras cuando pasase el terrible Tiempo de Cambio.

Las escaleras estaban gastadas, obnubilada la piedra misma, tanto por los siglos como por las pisadas. Sobre ellas habían circulado muchas atmósferas, muchos océanos, mientras el mundo se movía en su atenuada trayectoria elíptica. Era un mundo pequeño, esclavo de esa letárgica órbita; pues en el curso de un año, desde los calores del perihelio hasta los fríos del apogeo y viceversa, no sólo vidas sino generaciones enteras sufrían el ciclo de nacimiento y extinción, nacimiento y extinción.

Mientras observaban los anchos escalones que conducían a los opacos fluidos del océano, los tres sabían lo que habría de pasar en la primavera, cuando el sol fuese un disco y el Cambio destronase a su raza.

Entonces los océanos hervirían con furia.

Se retirarían las mareas.

Se secarían los escalones.

El palacio - su palacio - se transformaría, y aparecería sólo como el último piso de una enorme pirámide de muchos pisos. Los escalones llevarían al suelo distante. Ese suelo, ya no un lecho oceánico, quedaría allá abajo, a diez kilómetros de la cima.

Todo enmudecería después de las tormentas del Cambio, menos el llanto de la atmósfera con los nuevos vientos.

Aparecerían entonces las criaturas del perihelio y comenzarían a subir por la escalera. Bajo el ardor de ese sol hinchado, marcharían hasta la cima. En sus propias lenguas, con sus propios gestos, obedecerían a sus propias divinidades.

Hasta que volviese otra vez el otoño.

Los tres seres se apretaron con más fuerza y se retiraron al palacio, a descansar, a dormir, a soñar.

FIN